Su presencia fue amorosa intrusión,
Hasta que se volvió grillete,
Hincado en mi carne como una mordida.
Sus palabras fueron tallos nuevos
Hasta que treparon a mi garganta
y deshojaron una a una las mías.
Su compañía fue pausa,
promesa blanda, amistad sin tacha,
Hasta que decidió ser guadaña
Vara inclemente
Bejuco que destripa, y embiste, y rompe
Mercader de cada pulsación,
de cada hora
de cada ajetreo
que me pertenecía.
No anticipé el asalto
La luz espesa que acuchillaba mi córnea
y me apremiaba a vivir entre elegidos.
Ciega, abismada
sometida a otros pareceres
Atada de manos, como él esperaba.
Nada es como era
Pero yo soy quien soy.
Ánfora sin límite, hasta que se sabe hendida.
Temblarás al notar
Que el griterío de sus íncubos ahora es un ahogo
encomendado a la potestad del olvido.
Necia desnudez
que ya a nadie atormenta,
que a nadie conmueve
que a nadie amansa.