Canto sin premios ni consuelo,
hasta que el cielo se ablanda.
Que nunca falte la sabia tenacidad de las chicharras.La palabra como coartada
Canto sin premios ni consuelo,
hasta que el cielo se ablanda.
Que nunca falte la sabia tenacidad de las chicharras.¡Ah! He aquí un secreto, hija:
la mariposa es flor emancipada.
milagro sin tallo, sin raíces
moza insumisa,
que, de tanto mirar al cielo,
cambia pétalos por alas
pistilos por balancines.
Deja la fría seguridad de la tierra
el cobijo de la inmutabilidad
la esperanza de que renacerá, cada primavera,
y se vuelca a vivir como rareza trashumante
con su talego de color a cuestas
retando al viento, la indiferencia del jardinero,
las estaciones, las horas hechas segundos,
las curiosidad impía de los novicios
la avidez del taxonomista,
la sospecha de que su vuelo será breve, muy breve.
Prefieren coronar la cabeza de las niñas
como lazos vivientes
y retornar a morir a la tierra
una vez que su dulce rebelión
se ha completado.
Todo en ti es principio, inauguración, génesis.
Tejido que se arma para la conmoción de la vida
sílaba resonando en la cavidad originaria
Envés de la tiniebla con la que otros vamos trajinando.
Su presencia fue amorosa intrusión,
Hasta que se volvió grillete,
Hincado en mi carne como una mordida.
Sus palabras fueron tallos nuevos
Hasta que treparon a mi garganta
y deshojaron una a una las mías.
Su compañía fue pausa,
promesa blanda, amistad sin tacha,
Hasta que decidió ser guadaña
Vara inclemente
Bejuco que destripa, y embiste, y rompe
Mercader de cada pulsación,
de cada hora
de cada ajetreo
que me pertenecía.
No anticipé el asalto
La luz espesa que acuchillaba mi córnea
y me apremiaba a vivir entre elegidos.
Ciega, abismada
sometida a otros pareceres
Atada de manos, como él esperaba.
Nada es como era
Pero yo soy quien soy.
Ánfora sin límite, hasta que se sabe hendida.
Temblarás al notar
Que el griterío de sus íncubos ahora es un ahogo
encomendado a la potestad del olvido.
Necia desnudez
que ya a nadie atormenta,
que a nadie conmueve
que a nadie amansa.
Mariposa, mariposa
flor con alas
Detenida al borde de los márgenes.
La hoja sin órdenes
la voz que se desliza
asciende
atraviesa
irrumpe
vuela.
Niña primera
botón de esta dulce estación
que hace 15 años nos habita.
A Justo Donís, in memoriam
Que la muerte llegó para buscarte:
He allí el gusano flotando en el café de la mañana
La púa que licuó voz y garganta
Agujero en pañuelo blanco.
Nadie lo quiso creer
Todos vaciaron sus bolsillos
Todos dudaron, buscaron indicios
Tu saludo intempestivo
tu golpe de incorrección, tu curiosidad implacable
tábano besuqueando tenaz el anca del caballo.
Rastreamos, aquí y allá
los restos de tu mirada llena de cristales
La inteligencia que pica y lame, destroza y zurce,
que arma y desarma
regalo magnífico para quien la soportase.
Buscamos en el patio, en el zaguán,
el armario, la casa verde
La silla que domesticó tu médula,
en la azotea
donde el olor del toronjil quemado se elevaba.
Nada. Ni una miga de tus asombros
Apenas el chasquido del alma que parte sin jarana,
nos han dicho,
Apenas el aliento para despedirse del último dolor,
La columna machacada
El pecho hundido
las pupilas vencidas por esta ceniza de dos siglos
la peste negada tres veces, la peste cortando los últimos hilos.
Que la muerte llegó para buscarte, nos avisan
Y tú fuiste en pos de aquel beso,
a pesar de tu pavor, quién lo diría.
Al filo de las primaveras sin uso
ganó la cortesana jorobada, la que siempre esquivaste
Y nos has dejado sin señales.
Justo así, y tan breve
Apenas telegrama
Al revés de lo que fuiste
boca llena, risa en síncopa, exuberancia,
la oliva, el río, la paciencia feroz de quien cría
Tu melancolía de padre trashumante,
Playa, Monalisa, páramo, caracola, laguna negra,
ciudades imposibles en las que habitaste.
¡Tanta hambre de lo bello!
Todo el temblor y el acero
que ayer nos bastaba.
Cómo levantarlo todo después de la catástrofe,
me pregunto.
Cómo recoger las incontables astillas,
el espejo roto,
y juntar de nuevo la imagen
que falsifica cada uno de sus trozos.
Cómo volver al movimiento, al inicio,
El germen en endémico brote,
el cielo, las ramas apuradas por palparlo.
Hay tanto escombro en el suelo
jirones en las ventanas,
puertas destrabadas,
y el cansancio es formidable,
acomodado en mi pecho como una bestia prehistórica.
¿Cómo limpiar la habitación,
para que la morisqueta de la guerra perdida no nos acribille?
Para volver a ser árbol
Para que el nombre con que te bauticé no sea aguja
sino el repaso piadoso de lo que alguna vez fuimos.
Estos cuchillos que arrojaron las bocas amadas
¡Ah, esos cuchillos!
Tan pulcros en su daño
Milimétricos en su aterrizaje
Incrustados en el centro del cuerpo,
justo allí, donde lo desmantelan todo:
la serenidad
el deseo que junta y somete
el atisbo de las tormentas que nos salvaron
el límite del abismo
esta casa que construimos con medidas equivocadas
Todos los años, apilados como libros mudos, fieles, marchitos.
Todo.
Estas balas indolentes
Precisas
Atletas volviéndose humo en el salto
filo que se zambulle a fondo en el músculo palpitante
y lo deja expuesto
despedazado bellamente, sin suturas.
Entonces el buen siglo se reduce a un soplo maldito
una cama deshabitada
la hondura que no da tregua.
Súbita, impotente Alicia,
este agujero en el que caigo,
caigo
caigo.
La danza brutal en el aire
Una, cien, mil palabras ahuecando el envión ajeno
Cuchillos trozando puentes,
inicios nonatos,
anticipaciones.
Un hombre escribe y no piensa
Sólo saliva con la víscera expuesta
las cruces del predador parlante
El sabor del metal, la herrumbre en la lengua.
El odio, que todo lo traga.
-guarida de brazos, torso, dedos mínimos,
flancos de feroz sapiens en ascenso-
llega el fragor
la sangre que galopa entre nos
el anticipo del dolor que nos separará en algún momento.
No hay imperfección
es la gresca que espera.
Una y otra,
carne fraguada en mismo germen
alejándose y juntándose,
cordón divino
renunciando o acogiendo las agujas de la presencia.
Sin saber bien, lo sabemos.
Cuando tu vientre nada distinga en sus cenizas
allí florecerán los cantos de la casa primera.